martes, 10 de marzo de 2020

La pasión en tiempos de Covid-19

"...¿Te das cuenta, Benjamín? El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios...pero hay una cosa que no puede cambiar Benjamín, no puede cambiar de pasión..." (El Secreto de Sus Ojos, 2009).

Un Febrero lejano

La noche no se mostraba distinta a cualquier otra: amigos, fútbol, risas. Había aceptado jugar un torneo privado para compartir con ellos, esos amigos de la vida que no veía nunca por estar viviendo en otro país. El fútbol nos unía. Fuimos programados para el partido de las 8 de la noche y el frío de Quito empezaba a calar los huesos. Esa vez me tocó ir al arco, quería cuidarme.

Tenía 4 meses por delante para entrenar duro y llegar a las pruebas del club listo para ponerme la camiseta. Venía con 2 años de un estado físico imponente y un nivel futbolístico que no tenía comparación en mi historial. Por fin llegaría el día de cumplir mi sueño: jugar fútbol profesional*. En mi casa, los "profesionales del balón" tenían una denominación peyorativa: pateadores de pelota. Este logro me convertiría en uno más de ellos, ¡para mí sería tocar el cielo! y para mi familia...no tanto. Imaginaba las caras de las tías, las primas, uno de mis hermanos y mi papá si les llegaba a contar que jugaba al fútbol. Algunas personas cercanas a mí compartían el gusto por este deporte, ninguna llegaba a entender mi pasión.

Atajando en el arco norte

El partido no pintaba difícil. Ningún rival se asemejaba a Ronaldinho, Riquelme o Iniesta, aunque aparecieron dos jugadores que movían bien la esférica. Nada para preocuparse. Se dice que goles son amores y nosotros ya habíamos perdido varios al iniciar el encuentro. Con los guantes puestos no podía más que imaginar cómo los hubiera hecho yo: por encima del arquero, pegándole de afuera o de cabeza. Sin embargo, yo confiaba en los míos, gente con mucha técnica y conocimiento del juego. El problema es que ellos no conocían mis habilidades al arco. Yo tampoco.

Transcurría el primer tiempo y en una jugada sin mayor trascendencia, permití un gol tonto por estar mirando a otro lado; morí un poco cuando tuve que ir a buscar el balón al fondo del arco, tal como lo detalla Quique Wolff en Poema al Fútbol. Fue un sacudón para el equipo y a mí me puso tenso. Tenso como cuando le dije a mí mamá: "...dejo la Medicina y dejo a mi novia, me voy a Argentina y estudiaré para Director Técnico de Fútbol...".

El medio tiempo

Siempre me había interesado conocer lo que pasaba durante el medio tiempo en los partidos de fútbol profesional: los sentimientos, las caras, las formas, el discurso que transmitía el "mister" para cambiar el rumbo del destino. Pronto viviría eso desde adentro, desde el puesto de jugador; ¡por fin conocería la intimidad inviolable del camerino!

Terminó la primera mitad y dirigí unas palabras al grupo. Sentí un escalofrío por el cuerpo que remembró a lo que había hecho durante varios años cuando entrenaba a muchos de mis amigos en un equipo barrial. El sentimiento no se había ido, la fluidez para hablar, sí. La diferencia estaba en que ahora, mis palabras tenían un respaldo más técnico y menos empírico (ya era DT), aunque la pasión era la misma.

Cuando decidí formar aquel equipo barrial que tanto me dio (y me quitó), la pasión por el fútbol fue un motor que movió mucho en mi interior. ¡Pocas veces había sido tan creativo, tan trabajador, tan disciplinado! ¡Había encontrado un cofre lleno de oro dentro de mí! Ojo, no era la primera vez que me pasaba. Allá a lo lejos, a mis cortos 6 o 7 años había tenido otro momento igual con una colección de figuras de lucha libre que hasta ahora atesoro. ¿Qué pasó en el camino? ¿Quién o qué cortó esas alas, esas cualidades?

Empezaba a llover

Me empecé a aburrir en el segundo tiempo y para evitar sentir frío, me puse a pensar en todo: Maradona, aquel golazo que hice en un torneo en la primaria frente a todos los estudiantes, el tratar de responderme ¿qué tiene el fútbol que genera tanto odio?; también me venía a la cabeza una frase que escuché en un documental sobre un señor de 80 años que hacía surf por el cual su mujer decía: "...no concibo que él pueda vivir sin eso, es una pasión tan grande...". Este partido parecía eterno.

Esa noche al volver a casa, escribiría algo sobre el odio. Siempre me había gustado escribir aunque no sabía si lo hacía bien. Me faltaba vocabulario (todavía me falta) y me sobraban ideas. Parecía un perro mordiéndose la cola. También pensaría si volvería a jugar este torneo, no aportaba mucho en mi carrera hacia el éxito.

La hora cero

Mis compañeros denotaban cansancio. Eso me permitía participar más del partido y hasta emulé a un tal Higuita; intentaba disparar desde mi propia área para sorprender al arquero contrario así como ellos lo habían hecho conmigo. Motivaba a mis amigos organizándolos en el campo, alentándolos a seguir hasta el final. Mostraba ese liderazgo que siempre salía en momentos difíciles cuando jugaba al deporte rey.

A los pocos minutos, el defensa rival se vio acosado por nuestros jugadores; había servido la arenga. Acorralado, despejó lejos de su arco y el balón tomó una trayectoria fácil de seguir. Corrí para llegar antes que su delantero. Tenía seguridad en mí, esos duelos los ganaba con facilidad por mi velocidad, fuerza e inteligencia. Este no era distinto.

Llegué a la pelota y al instante llegó el enemigo. Apoyé mi pierna y con la derecha golpeé fuerte. Caí. Tenía que levantarme rápido para seguir con la jugada pero al estirar mi pierna izquierda, algo no andaba bien....mi cerebro no podía creer lo que mis ojos veían...la punta colgaba marchita hacia la izquierda y el tobillo resaltaba huesudo por debajo de la media, ¡el pie no reaccionaba, no se ponía recto! "...¡Una ambulancia, llamen una ambulancia! ¡La puta que te parió!..." (mi corazón se estrangula, mis dedos se petrifican).

No había dolor físico.  Las lágrimas mojaron mi fe. Yo sabía que el fútbol había terminado para mí. Ese sueño que estaba a 4 meses de cumplirse, ahora se encontraba a otra vida de distancia ¡Era inminente escribir sobre el odio! Dios fue mi primera víctima. Grité como loco. Mi mente seguía divagando aunque nunca imaginó lo que la vida me traería: un año sin hablar con mi madre; pasar por momentos de hambre, de tristeza, de pelea...

El despertar

Han pasado varios años y aquel partido es una anécdota más. He cambiado de país, de profesión, de hábitos, de ideas. Me retiré mediante una carta similar a esta, llena de emociones (nunca jugué profesionalmente, no sé si es posible el retiro). El fútbol, en todas sus aristas, se alejó de mí o yo me alejé de él. Todavía no lo sé. "...Y después de un tiempo uno aprende que si es demasiado, hasta el calor del sol quema..." exclamaba Borges.

No, no todo fue malo después de mi lesión. Al contrario. Agradezco aquello que me pasó porque mi vida tomó un giro inesperado. La necesidad empuja fuerte y yo aprendí (con sangre) a valerme por mí mismo. Trabajé para que Ecuador sea conocido en el mundo, no por sus desgracias y malos gobernantes, sino a través del deporte; apliqué mis conocimientos como entrenador en un nuevo equipo barrial y logramos un título espectacular en la liga; jugué fútbol hombro a hombro con los ídolos de mi niñez (Aguinaga, Montanero, Cevallos y otros); me involucré en el campo social mediante proyectos deportivos para personas con discapacidad, tal como lo quise hacer a través de la medicina. La lista continúa.

El Presente 

El fútbol rompió mi pierna pero yo lesioné mi esencia.

Es fácil mirar la vida con retrovisor y sacar conclusiones. Hoy miro atrás y obtengo resultados: el ganador y el perdedor siempre he sido yo. La pasión por el fútbol sacudió mi mundo, me llevó a correr detrás de mis sueños, de una u otra manera fui parte del grupo de los odiados (o pateadores de pelota); también viví momentos de amargura donde me alejé de la gente, de momentos, de oportunidades. Aprendí que la Pasión no desaparece, uno la esconde; ella es algo indescriptible, tal vez de creación individual o tinte maquiavélico. Está siempre latente pero estúpidamente la tratamos de apagar, de callar, por miedo o por falta de valor, que no es lo mismo.

En medio de esta pandemia de Covid-19, muchos especulan sobre el futuro desde su "balcón". Unos pregonan cambios positivos que nos permitirán ser más humildes, hay otros pesimistas que juzgan desde ya los abrazos, los besos y las caricias. Lo único real en el Mundo este momento, es el sinnúmero de muertes de seres queridos sin un último adiós.

Cuando la parca me encuentre (por el virus o por viejo) quiero tener conmigo un barco cargado de fútbol y suspirar "GOL".


"Nada muere excepto aquello que se borra del recuerdo"** 

A un equipo de amigos nadie le gana. SC Independiente 2012

*En ese mes y año, Cañuelas Fútbol Club se encontraba en la División C, división profesional del Fútbol argentino. Para el final de ese torneo, bajó a la D, perdiendo así su condición de profesional.
** Leyenda en un cuadro en el Viejo Almacén en Buenos Aires (Argentina).